lunes, 24 de enero de 2022

MI RUTA DE LAS PALABRAS INVENTADAS

Por Nicolás Pérez-Serrano Jáuregui                                                                                      Aula 64

(Dic 2021)

 

Mi ruta de las palabras inventadas

 

Os quiero hablar de mi “Ficcionario, Diccionario inventológico y Piccionario” de 3.141 palabras de nuevo cuño, que acabo de editar con Círculo Rojo.

 

Índice

 

Primero.                                  Breve introducción.

Segundo.                                 Una actitud, un divertido anclaje a la vida.

Tercero.                                    Todo empezó con “cristálida”.

Cuarto.                                      Un juego adictivo que abarca campos infinitos.

Quinto.                                       Un apartado en que se habla de sexo.

Sexto.                                            Un acompañamiento familiar entrañable, creativo, solidario.

Séptimo.                                   Una recomendación del alma: que continúe la lectura, a cuyo efecto recomiendo unas cuantas palabras seleccionadas y agrupadas en trece materias.

 

 

 

 


 

Primero.                              Breve introducción.

 

En verdad, aunque la cosa comenzó mucho antes, y el trabajo se solapó con el de más “enjundia” de emular (aunque con sólo mil palabras) al diccionario de Autoridades (añadiré, para evitar malas interpretaciones o confusiones que a este segundo parto de palabras nuevas lo titularé “Diccionario de Fautoridades” (Falstoridades), dadas sus características), he de añadir que la fecha de su finalización fue en medio del confinamiento por el maldito republicanovirus[1], licencia que me tomo en su denominación para expresar que, a la sazón, todo era tan desbarajustado como en nuestras dos épocas de república. O sea, que acabé la tarea coincidiendo con el último día de abril del más que tétrico 2020, y ello a pesar de las buenas intenciones o posibilidades que le atribuí en mi Christma de la Navidad del 2019, donde jugaba con la repetición del 20 (2020) y otros desatinados augurios.

 


 

Segundo.                             Una actitud, un divertido anclaje a la vida.

 

            Jugar con las letras, combinarlas, sacar partido a esos trueques en busca de nuevas palabras, de paradojas, forzar significados con elementos de voces varias, crearlas sobre la base de raíces griegas, romanas o del habla común, ha llegado a ser pasatiempo entrañable e incluso actitud con la que amarrarme a la vida, para así llenar de sentido momentos de máxima dificultad vital.

 

El ancla estaba a mi alcance. No necesitaba sino pluma y papel. Me puse a ello. En seguida comprobé que así, con esos pobres elementos, era capaz de llegar a puerto insospechado pero de enorme intensidad y contenido: acariciar felicidades que se me negaban o que yo no sabía encontrar.

 

Esa distracción ha llegado casi a alcanzar la categoría de forma de ser, y hoy pertenece a mi entraña, formada poco a poco, aunque debo reconocer que la cosa viene de lejos. En casa, de soltero y de casado, siempre hemos tenido propensión, predisposición diría para ser más exacto, a eso que considero al fin y al cabo como una manifestación de un sentimiento irónico de la vida, al cual no puede ser ajeno el lenguaje, nuestra señal de referencia para comunicarnos. Mi padre era un exquisito del lenguaje. Mi boticaria madre no le iba a la zaga. Mis hermanos, tampoco. Marta, e hijos y nietos, han vivido -a veces padecido, he de reconocerlo- en esa aventura diaria de buscar la frase feliz, de encontrar maneras nuevas de manifestar los sentimientos de nuestras pequeñas colectividades, clanes familiares que se iban dotando, al menos a través de cuatro generaciones, de un vocabulario particular que todos entendíamos y practicábamos de manera fluida, espontánea, natural y satisfactoria. Un tesoro que, en la medida de mis capacidades y fuerzas, he tratado de enriquecer, a mi manera por supuesto, pero por medio de un esfuerzo en que me he visto siempre muy bien acompañado.

 


 

Tercero.                                Todo empezó con “cristálida”.

 

            Un día se me ocurrió una combinación de la que salió “cristálida”. Era eufónica. Las esdrújulas me han apasionado siempre: se trataba de un lepidóptero, escama y alas. Podía representar la fragilidad de una mariposa. Me pareció que tras ese nombre se descubría su auténtica naturaleza: sus alas sonaban como al hacer tintinear con toque sutil un vaso de vidrio fino. Su vida fugaz también sonaba a fragilidad, a necesidad de mimo, a caricia hacia formas de existencia cercanas a lo humano aunque no pertenezcan a nuestro género. Quería sacar partido a su enigmático polvillo. Quería hacer sonar de manera distinta el lenguaje, dotarlo de otra vida. Así, creo recordar, comenzó mi aventura de jugar con las letras[2], cambiarlas aprovechando fugaces mezclas y acoplamientos de los que, fruto de una magia intrínseca que las habita, surgían voces posibles que me impelían a buscarlas, a darlas nombre y significado.

 

Resultó de todo ello un juego infinito, bello en sí mismo, atractivo, sorprendente. ¡Eureka! Notaba, y no es una forma poética de decirlo, que las palabras iban a mi encuentro. Por muy forzado que parezca, eran ellas quienes me buscaban. Al aflorar esas nuevas voces, sentía que en ellas surgía el relajo de haber por fin nacido, a la par que se desataba en mí una especial satisfacción al encontrar un tesoro perseguido con anhelo y ahínco pero hallado, al fin y al cabo, gracias al azar. Todos, en uno o varios momentos de nuestra vida, hemos conocido esa sensación, mayor cuanto más grande se revela el hallazgo.

 

            Lo poético, empero, no está reñido con lo procaz, con lo soez, con la tendencia que todos, aunque nos cueste reconocerlo, tenemos hacia lo escatológico. Me vino a la cabeza que

 

cacapulta” no es sino un “conjunto de cañerías y propulsores cuya finalidad es alejar los detritus”.

 

Relacioné las dos imágenes creadas y me produjo un asco tremendo ver volar a mi cristálida en la desembocadura de la cacapulta. Así son las palabras: bellas por separado, pero de difícil relación cuando hacemos que se encuentren. Cabe añadir, no obstante, que la culpa no es de ellas, sino del mezclador[3] que tuvo la ocurrencia de hacerlas coincidir. Acaso, otra palabra mía, es que me superaba el

 

cansia”, que es “desfallecimiento, estado de sofoco, avidez o codicia fruto de la flojera o el desaliento”.

 

 

Tendría que ir con cuidado o me acabaría convirtiendo en otra palabra más dentro del diccionario que estaba engendrando. No me resisto a transcribir la frase de una escritora de nuestros días: “Trabajar está bien mientras aún seas soltera -opinó la madre-. Aunque a este paso, hija mía, te vas a casar con un diccionario”.

 

             Al poco, llegué a un sitio

 

cucólico”, esto es, a un “lugar evocador habitado por pájaros que dan la hora”.

 

Y fuerza es reconocer que, a lo largo de los meses que duró el parto, aun arrullado por el canto de esos cucos que llenaban mis horas, sentí enorme

 

dolidaridad” o condolencia fraternal hacia cualquier escritor que se enfrenta a la magnitud de la obra que tiene por delante, sin otro consuelo que el verla crecer cada día.

 

Me visitaban asiduamente

 

dunos”, esos curiosos “habitantes del desierto”,

 

al tiempo que me recreaba en una visión casi de oasis, la de las

 

estonterías”, es decir, esas tablas donde “los memos apilan los libros que podrían sacarlos de su estulticia”.

 

Con enorme ímpetu, con

 

eufaria”, ese “entusiasmo con que se fuma un veguero nacional”,

 

seguí la tarea.

 

            He de confesarlo: me había imbuido de una placentera

 

f-if-losofía”, el “sistema de pensar acorde con el poema “If” que Kipling escribió a la muerte de su hijo y tras haberle convencido para que fuera muy joven a la guerra”.

 

Reparé en algo devastador. En castellano no tenemos palabra que refleje ese dolor, un auténtico estado civil, que ojalá no existiese, pero al que había que darle nombre, reflejo de la muerte de un hijo y en el que la madre o el padre se ven inmersos con la pena añadida de no poder expresarlo mediante una sola palabra. Creé, así, la voz

 

filiórfano”, que trata de describir esa permanente angustia, lacerante por mucho bálsamo que queramos o podamos aplicar, que no aplaca,

 

pero

 

amormece”, eso que “queda plácidamente arrullado en brazos del amante”,

 

como si de verdad nos meciera el amor perdido. Lo quisiera o no, llegaba por esos vericuetos del sentimiento a

 

Lutor”,  el “país de las sombras en que reina el dios Tenebro”[4].

 

No eran posibles los

 

merlindres”, esa “ñoñez o cursilería de un mago”.

 

Me sumía en un

 

muñargo”, “palabra sonora, que carece de significado específico, aunque podría querer decir intento de amaño”.

 

La cosa no tenía remedio, la situación es la que es y carecía de fórmula alambicada o mágica para salir de ella.

 

            Crecían las palabras al rasgueo de la pluma sobre el papel. Pero me propuse

 

novedar”, caos terrible al que no estamos acostumbrados, dado que supone “introducir, como regla general contraria a la imperante, la orden de no prohibir”.

 

Llevaba al cuello una

 

pazmina”, el “pañuelo que tranquiliza”.

 

Olía a mi alrededor la clásica

 

yoción” como “perfume favorito del narcisista”.

 

Aun así, y aunque no lograba el imprescindible

 

solor”, el “aislamiento” debido,

 

no por ello dejé de percibir una cierta

 

selenidad”, el “sosiego que se siente al pisar la luna o soñar que nos amartelamos con un amor quimérico”.

 

A cada día, su afán. El mío era continuar con la tarea iniciada, sin otro propósito que el de lograr un nuevo alumbramiento. Necesitaba hacerme con cuantas más palabras volantes no identificadas pudiera.

 

 


 

Cuarto.                                  Un juego adictivo que abarca campos infinitos.

 

            El recorrido iba siendo fascinante, a veces triste, en ocasiones feliz, como he dicho. ¿Qué sentimientos iban surgiendo en el trascurso de los vaivenes y turbulencias propias del oficio de dar con palabras nuevas? Tal universo me ha vuelto del revés, así lo traslado al paciente auditorio. Tanto como para cobrar bríos, de los que carecía, una vez me vi envuelto en el juego adictivo. Esas fuerzas renovadas me han obligado, me han impuesto la carga de compartirlos, como hago ahora al enumerar algunos de esos sentimientos o estados de ánimo:

 

            - apenaza

           

            - costalgia

           

            - gristeza

           

            - murriar, que también permite el reflexivo murriarse

           

            - opiadarse

           

            - respíritu

           

            - tánico

           

            - uniquez

           

            - velancolía o

           

            - zapático.

 

            Fácil resulta que este charlatán se remita a su obra, en la que se podrán apreciar -saborear si la cosa, como deseo, va a más- todos los matices que he puesto en las palabras y su definición,  pues en todas las entradas del Diccionario hay significante y significado. Mas...permitidme que me refiera con detalle a alguna de las mencionadas:

 

la costalgia, lo tengo claro, no puede ser otra cosa que “dificultad dolorosa del recuerdo”,

 

a manera de costalada propiciada por una evocación.

 

Murriar es languidecer.

 

Y respíritu viene a significar “tregua del ánimo”.

 

Me hago la ilusión -trampa en mi propio solitario- de que parecen voces que todos hemos utilizado alguna vez, por mucho que provengan de la producción de mi magín, hasta hoy no compartida.

 

            Ahora, cuando tan metidos de lleno andamos en la desidia en cuanto se refiere a mostrar versiones, aversiones o animadversiones acerca de cualquier símbolo patrio, nacional, del terruño, que tenga que ver con nuestros elementos comunes y centenarios en su longeva andadura a lo ancho y largo de toda España, ¿cómo no dedicar reflexión a extremo tan entrañable que se nos ha convertido en preocupante y nada “ocupante”? Ahí van, pues, unos cuantos términos dentro de ese campo: no puedo con los

 

patriópatas que practican con exceso irracional y extensión antinatural la loa a lo patrio,

 

pero aborrezco mucho más a los

 

patrioclastas, que, sin ningún miramiento, y con no menor irracionalidad que los del otro extremo, rompen la unidad proclamada en el artículo 2 de la Constitución española de 1978, la odian hasta destruir cualquiera  de sus símbolos o tergiversan su verdadera historia.

 

Prefiero, claro está,  esta interjección inventada,

 

espangol, con la que enaltecer el cántico de los seguidores de la selección española de fútbol tras ganar su primera copa del mundo.

 

Ya hace sesenta años hablaba mi padre, de forma avanzada para la época, del fútbol como integración.

 

            Al hilo de tanto esfuerzo por dar nueva voz a nuestros males me preguntaba ¿hay remedio frente a esos padecimientos? ¿Habrá fórmulas que al menos los alivien? Para empezar no creo que sobre un nuevo sentir, la

 

xenofilia, palabra promocionable visto cómo están hoy las cosas, a la cual cabe atribuir el significado del amor por lo extranjero;

 

tampoco hay que desechar que nos enfrentamos a la

 

hemigración, sí, con hache, que refleja cómo se establece en otro país la mitad de una pareja sin que se vislumbre un reagrupamiento.

 

No basta, empero, con ello, sería preciso generar conductas nuevas, y así han surgido palabras como la

 

caricioterapia, que propicia expandir la capacidad de lo que podríamos bautizar con expresiones felices:

ternoterapia,

mimoterapia,

zalamoterapia,

arrumacoterapia,

carantoñaterapia,

cucamonaterapia,

es decir, el cariño y sus manifestaciones puestos al servicio de la curación o la felicidad.

 

Conste, y no pretendo agotar el repertorio, que a esos mismos efectos valdrían otros de los términos que ofrezco: así,

 

querecer, o hacerse valer por medio del afecto;

 

taciencia, que vale tanto como arte de saber callarse; 

 

tersuadir, que implica convencer suavemente.

 

Todo ello sin dejar de expresar que debemos huir de decir o hacer las cosas

 

hielmente, cargados de amargura;

 

de

 

ominar, en el sentido de tratar despóticamente;

 

o de

 

ruiñar, sinónimo de comportarse de forma mezquina.

 

No hemos de pasar por la vida siendo un

 

trufián, el truhán mentiroso,

 

sino tomárnosla como hombres

 

jobstinados, muy pacientemente tercos,

 

y sin dejar de lado que a todos obliga el no

 

sembrollar, esparcir líos.

 

Todo un vademécum de remedios, acaso al alcance de cualquiera que se lo proponga.

 

            Si seguimos con ese juego de las palabras, ¿a que nos vienen bien otras como las que menciono acto seguido?:

 

Palabrogenia sería voz para decir arte de crear o inventar palabras;

 

su versión negativa vendría dada desde el

 

liálogo en tanto conversación cruzada incapaz de generar entendimiento.

 

Más extremoso es el significado de

 

textículo (obsérvese que va con equis) que representa el conjunto de frases y oraciones que le tocan a uno mucho las narices.

 

Pero debe este breve capítulo cerrarse con una voz tierna, que afecta al sentimiento que tiene en sí misma cada palabra como ente con vida:

 

logopatía sería, así, la enfermedad propia de las palabras, que se vuelven tristes y mustias cuando sienten maltrato por el olvido o a causa del mal uso,

 

debiéndose recordar a estos efectos que palabra es del género femenino.

 

            Tampoco he olvidado otro campo, el de los sistemas políticos, no en balde he tenido mucho contacto con ellos durante mis casi cuarenta y cinco años de servicio activo e ininterrumpido al Parlamento como Letrado de las Cortes. Los hallazgos aquí podrían centrarse en estas voces:

 

fobierno es el Ejecutivo cargado de odios;

la

 

gemocracia nos acerca a la lamentable deriva de algunos regímenes políticos que provoca lamentos y llantos;

 

hurna, con hache de nuevo, es imagen de una urna, sin hache, robada, hurtada, que no sabe dónde va a estar el día de un referéndum o una elección, y que se vuelve por tanto invisible y ontológicamente inhábil para cumplir su función,

 

pues una cosa es el voto secreto y otra muy distinta la urna secreta, que deviene en sí misma nula por ser la antítesis de la democracia;

 

votarate, con uve, vale para dar forma al que deposita en la urna su opción electoral sin mucho juicio.

 

Espero que a nadie incomode esta forma de decir, una vez más cargada de la mejor ironía de que es uno capaz.

 

            No estoy, por otra parte, peleado con la informática, pero no soy asiduo practicante de esa religión de nuestros días. Aun así, he osado adentrarme en ese mundo esotérico y exotérico y dar a luz palabras como las que ahora traigo a colación:

 

dataclismo es un suceso imprevisto que por causas desconocidas borra todo de nuestra herramienta multiuso que es el ordenador;

 

iconoplasta es ese pesado que en sus mensajes sólo sabe expresarse con emojies o emoticonos, gráficos sólo a veces y siempre sin palabras;

 

inubear es acceder a una nube informática;

 

nublicar, como un nuevo Boletín Oficial del Estado, implica dar a conocer algo editándolo en una nube;

 

ñemail debería ser el correo electrónico de la Marca España, o ¿es que no los hay con caracteres cirílicos o árabes?;

 

webadicto, con uve doble, quiere decir forofo de páginas de internet, y

 

wificultad, igualmente con uve doble, implica que nos encontramos con obstáculos en la conexión a una red.

 

Cuando i.pad en mano me adentro en internet, y dada mi impericia, es cierto que todo me parece una aventura. Pero a ese respecto, nada comparable con otras que en casa vivimos en su día en familia, pero cuyo recuerdo ha dejado surco profundo, huella indeleble. Por ello me ha producido especial satisfacción esta manera de poder hablar de dos genialidades, películas de gran pantalla y con millones de seguidores: me refiero, por una parte, al

 

guniverso para hablar del cosmos y aventuras propios de los Goonies,

 

y, de otro lado, al

 

Jediglífico en tanto sistema de signos y símbolos propio del pueblo creado por Georges Lucas para La Guerra de las Galaxias.

 

            Tengo un enorme respeto, tampoco exento de ironía como se verá, por el mar y soy adicto al viento. Nada de particular tiene, pues, desde esa perspectiva, que haya encontrado palabras como

 

bribonazor para referirme a una embarcación propia de Jefes de Estado sucesivos;

 

brisueño me evoca a quien sonríe al sentir la caricia de un viento suave;

 

marlamento nos hace llegar el quejido desde aguas contaminadas, llenas de detritus; 

 

marrullo no puede ser sino placentero sonido del ir y venir de las olas en la playa;

 

y, como muestra de las desgracias que nos aquejan,

 

yatera, con y griega, significa embarcación opuesta en todo a patera.

 

            No me he visto libre de otras dos especiales preocupaciones, una que es común en nuestros días, otra particular de mi entorno como abogado. La primera nos pone en contacto con el

 

europexit, que describe una tendencia reciente dentro de la Unión Europea que preconiza la separación de un país miembro.

 

De la otra se ocupan palabras como

 

mentencia, la resolución judicial que, por error o dolo prevaricador, recoge datos falsos,

 

y

 

tribanal, órgano judicial colegiado que emite sentencias insípidas o insustanciales, fáciles de confeccionar a partir de bases informáticas de las que es sencillo extraer trozos mediante el clásico corta y pega que conduce a dicho resultado inane, impersonal o fuera del caso enjuiciado.

 

Ese mundo, como bien sabemos, da lugar a otras posturas no menos rechazables, entre las cuales incluyo al

 

pufete, delito menor cometido por una firma profesional de abogados.

 

            Carezco de la suficiente formación, dentro del campo en que reinaba la diosa o musa Euterpe. Por tal motivo no se me ocurrirá sentar cátedra en la materia, pero ¿quién osará negar que dentro de una orquesta la

 

chelancolía representa bien el lamento musical de los instrumentos de cuerda?

 

Lo mismo me ocurre con el mundo del dinero. No soy, pues, experto, pero creo que

 

neuro es palabra adecuada para describir una moneda enferma o muy nerviosa,

 

y que

 

vagatela, con uve, es dinero errante dada la volatilidad de los mercados y la imperante globalización.

 

Esto último supone estado de cosas universal que, a pesar del exceso y cercanía de la información, nos conduce casi irremisiblemente a padecer

 

doledad, concebida como daño que nos viene de estar sin compañía.

 

A mí internet no me consuela. Su “dolo” consiste en que tienes, tú “solo”, que manejar millones de millones de datos e información.


 

Quinto.                                   Un apartado en que se habla de sexo.

 

            Seguro, y acaso malévolamente, alguno habrá pensado ya que todo diccionario, hasta el más pudibundo, casto o filosófico, contiene entradas en las que se habla de sexo. El mío no es una excepción. Vayamos, pues, al...grano, eso sí, con prudencia y moderación, pero sin resultar del todo mojigatos. Veamos. Digo que

 

disleséxico corresponde a quien se confunde o altera los pasos a seguir o el orden de factores en sus relaciones sexuales.

 

Podría definirse como

 

ginexpugnable a la mujer que no se deja conquistar.

 

Ese mundo del sexo tiene su

 

jódigo, conjunto trabado y sistemático de normas por las que se rige el fornicio, sus variedades y posturas.

 

Madamundi tiene que ver con la representación cartográfica de los lupanares, regidos quizá siempre por mujeres francesas cuya reputación les ha permitido jubilarse del ¿oficio u orificio?

 

Espacio de no poca relevancia ocupa el

 

orgiasmo, que, como cualquiera puede adivinar, se refiere a la plenitud del acto sexual en festines de grupo propensos al exceso.

 

Cabida tiene asimismo la

 

sextorsión, concebida como chantaje erótico.

 

Y, en fin,

 

yácil, con y griega (podría ser “francesa”, ya sabéis…),  equivale a ligera de cascos, pronta a adoptar postura horizontal.

 

Todo ello sin olvidar ciertos trajines, que se dan con frecuencia:

 

fajetreo sería el colofón para señalar el esfuerzo especial de las obesas para encajar su cuerpo dentro de un ceñidor.

 

Reconoceréis conmigo que no he sobrepasado los límites propios de un auditorio para todas las sensibilidades, aun dentro de lo escabroso o rijoso que puede resultar este campo.


 

Sexto.                                        Un acompañamiento familiar entrañable, creativo, solidario.

 

            Termino -casi; queda otro apartado- este recorrido con una sonrisa cálida, proveniente de algo que me ha producido inmenso gozo: en el juego de buscar palabras, y fruto de un dulce y solidario acompañamiento, no he estado solo. He recibido valiosísimas aportaciones: así, mi nieto Roque, tras una noche desasosegada, me dijo que había tenido

 

pensadillas, que yo creo que supe interpretar como malos sueños bien meditados y recordados al despertar como experiencias inquietantes[5].

 

En el libro he señalado bastantes más, con sus autorías precisas...a ellas me remito, pues no es bueno alargar más estas divagaciones acerca del Ficcionario. Compradlo. Segunda trampa que me hago en mi solitario: albergo la ilusión y la esperanza de que con su lectura disfrutarán, o que incluso hallarán momentos tan mágicos como los que yo he vivido al acariciar las nuevas palabras que ofrezco a su consideración.

 

            No me puedo ir, sin embargo, y así, de paso, hago propaganda de mi obra, sin recomendaros una bien administrada

 

lectoterapia, que es una infalible manera de curarse de cualquier dolencia mediante la adicción a los libros,

 

si bien acompañada de un consejo, el que nos previene respecto a

 

zenrrollar, con zeta, o sea, no dejarse seducir por algún tipo nocivo de filosofía oriental, para el que creo no estamos especialmente preparados los occidentales.

 


 

Séptimo.                               Una recomendación del alma: que continúe la lectura, a cuyo efecto recomiendo unas cuantas palabras seleccionadas y agrupadas en trece materias.

 

            Nada más. Muchas y rendidas gracias; extensivas a todos los que me leáis y a cuantos me disteis, durante muchos meses, el apoyo necesario para seguir la Ruta de las Palabras, en la que ahora no he tratado sino de descubriros alguno de los secretos que encierra, entre ellos acaso un par de

 

gimeneas, esos tubos hechos de obra o de fábrica para expulsar nuestros lamentos y llantos.

 

Y es que, como apuntaba Mónica, mi hija, a veces nos es del todo imprescindible un

 

impielmeable, coraza con la que nos protegemos de quienes pueden  hacernos daño o sufrir.

 

Hay apartados en los que, tras un repaso “a la molécula” (como me enseñó mi buen amigo Alfonso Arenas que hay que hacer) de las voces, encuentro motivos de reflexión en torno a las palabras creadas. Sin más propósito que referirme a algunas de ellas, las he agrupado de forma temática, a mi aire:

 

 


 

Uno.    La edad tercera, hasta el infinito y más allá.

 

            Sobre esta materia, os recomiendo almapedia; añagrio; calmanaque; canorama; carentesco; cariedad; cesencia; danciano; dentana; fabuelo; gerapia; grisar; maledad; sanedad y senílico.

 

            Y para que veáis el tenor con que están redactadas selecciono

 

fabuelo: yayo locuaz narrador de historias.”

 

 


 

 

 

Dos.    Estos nacionalismos (más bien segregacionismos).

 

            Es apartado del que entresaco éstas: apartheidismo; cacionalista; exidemia; expulsionista; extradicción; fictimismo; gemocracia; himnasio; hurna; migraspaña y patrioclasta.

 

            Por lo sonora que me parece os invito a leer

 

Himnasio: lugar donde hacemos ejercicio mientras de fondo suenan enardecidos cantos patrióticos.”

 

 

 

Tres.   Y de los intelectuales ¿qué?

 

            Aquí he seleccionado éstas: cultimátum; cultitud; cútedra; chusmanístico; densamiento; dignorante; doctámbulo; dontingente; eludición y untelectual.

 

            ¿No os parece atractiva

 

Doctámbulo: sabio peripatético o que se inspira a partir del atardecer.”?

 

 

 

Cuatro. Mías buenas, y orgullos familiares.

 

            Otro grupo de palabras (alguna ya ha salido aquí), muy de mi particular cosecha, son éstas: guniverso; ifista; lentencia; Lutor y dios Tenebro; portacoz; rogadicto; sedicina; simaginación.

 

            Por mis padecimientos como abogado rescato una redactada con la peor de las intenciones:

 

Lentencia: lapso excesivo de tiempo para dictar una resolución judicial.”

 

 


 

 

Cinco. Hablemos de las religiones.

 

            Sin emular ni mucho menos a Don Quijote, me permito sugeriros la lectura de estas palabras nuevas: fecléctico; feregrinar; felevisión; felícula; fepicar; ferarquía; ferborrea; fescolgar; fescrúpulo; gristiano; halificar y herrejía.

 

            Y me parece acertada

 

Fescrúpulo: melindre de conciencia.”

 

 

 

Seis.    Otras que merecerían prosperar en el uso habitual de nuestro lenguaje.

 

            Desde ecuanimiedad; egoterapia; empropiar (odio empoderar); estupidiario; exprisión; gentímetro; gimenea; grepúsculo; impielmeable; jájaro; lectoterapia; liálogo; Liberoamérica; logocracia; málpito; mandaluz; manecer; marrullo; merlindre; necinto; novedar; penaz; picartía; picatriz; postracismo; respíritu; rumbre; sobejar; sacerdote; suñeca; talisbán; tánico y vilencio: todas, creo, podrían sernos habituales en el uso de nuestro lenguaje.

 

            Selecciono otra muy sonora:

 

Rumbre: rescoldo de la lumbre.”

 

 

 

Siete.   Ciertas penalidades de la humanidad.

 

            Estas cuatro caben bajo esta rúbrica: genternecer; hemigración; lastimoro y llorastero.

 

            A mí me parece especialmente evocadora

 

Genternecer: conmoverse ante las migraciones masivas o de pueblos enteros.”

 

 


 

 

Ocho.  Enriquecimientos varios.

 

            Ojalá no hubiera que utilizar palabras que nos describieran este tipo de conductas. Pero ahí van las que más tienen que ver con ese submundo: afanismo; aforrarse; ajénida y gorrupción.

 

            Y, como quiera que una tiene connotaciones jurídicas, transcribo

 

Aforrarse: enriquecerse de manera inicua prevaliéndose de un fuero que obliga a que se juzgue al ladrón en tribunales especiales.”

 

 

Nueve. Algunos oficios.

 

            Caen en este ámbito éstas: bramaturgo; dolitólogo; dorfebre; dotario y farsario.

 

            De ellas me quedo con

 

Dolitólogo: especialista en aflicciones.”

 

 

 

Diez.   No nos libramos de los impuestos.

 

            Las arcas del erario público se muestran siempre ávidas de recursos, como nos recuerdan estas palabras: corrosiva; disyuntiva; gravata y tributolación.

 

            Creo que siempre estamos a vueltas con la

 

Gravata: amenaza fiscal de aumento  de impuestos.”

 

 

 

Once. Acaso feminismo sin pasarse.

 

            No podía faltar este capítulo, a cuya materia dedico estas palabras: creman; maricorde; matriamonio; mestiércol; mugerir; mujuria; ninformática; odalista y parímetro.

 

            Muy gráfica parece

 

Mujuria: lascivia ejercida sobre féminas.”

 

 

Doce.  Cosas que nunca supimos acerca del sexo o del sexto.

 

            En este fértil campo cabe incluir cupular; curriculum citae; chucharse; chúmedo; chupanar; damable; desbroteger; desflodorante; ellacular; erosionar; eréctil; escrotar; falardear; falegre; falento; falojar; faludable; finosis; folletaje; follozo; fornecio; fornitorio; frotocolo; ginexpugnable; glande; jódigo; lesbocada; orgiasmo; putación; putilizar; sexilio; sextorsión; tetallar; tetnia y yácil.

 

            Casi enternecedora parece

 

Frotocolo: maneras del roce.”

 

 


 

Trece. A vueltas con el lenguaje.

 

            Como el fondo se refiere a fonemas y dígrafos, apuntemos estas voces para enriquecernos: hiatormentar; logopatía; márrafo y textículo.

 

            Y me parece, sin que ello suponga sonrojo retrospectivo o actual, que todos hemos padecido lo que refleja la palabra

 

Hiatormentar: sufrir la ignorancia de no saber distinguir cuándo dos vocales seguidas forman dos sílabas o una sola.”

 

 

Aquí acabo esta ruta. Deseo que al menos con alguna palabra[6] o bien hayáis esbozado una sonrisa, o bien hayáis sentido el deseo de seguir leyendo, y que nunca repitáis aquella frase del concurso “y hasta aquí puedo leer...”.

 

            Gracias otra vez.

 

            Nicolás Pérez-Serrano Jáuregui

Diciembre de dos mil veintiuno.

 

 



[1] También se me ocurre otra palabra, que tiene que ver con la “corona” que precede a lo del virus: “destronavirus”, pues ha evidenciado su capacidad de hacernos saltar por los aires. Ojalá que seamos nosotros quienes lo derroquemos finalmente.

[2] El alfabeto español, según se nos dice hoy, está compuesto por veintisiete letras que son un fonema más cinco dígrafos (ch, ll, gu, qu, rr).

[3] Lo reconozco; soy “palabra-jockey”, o mezclaletras.

[4] Me encantaría tener con TOLKIEN encuentros en una o varias “fases” de la creación de palabras de civilizaciones y lenguas inventadas.

[5] Como en el libro invitaba a seguir el juego, diré que ya ha habido contribuciones al respecto (Eloy Maestre, Kurt y Mª del Carmen Schleicher)…

[6] La literatura de hoy debe mucho a Irene VALLEJO. Por eso, permitidme que acabe con una cita suya, llena de porvenir: “Las palabras son un hechizo cargado de futuro” (Manifiesto por la lectura, Siruela, Madrid, 2020, pág. 18).